Noviembre de 1888. El marqués de Bradomín llega a un Londres salpicado por los crímenes de Whitechapel. Su destino es Baker Street 221B, donde visita a Sherlock Holmes con el fin de pedirle ayuda para saber qué ha sido de Irene Adler. Inmediatamente los dos se dirigen a Barcelona, en plena Exposición Universal. Lo último que saben de Irene Adler es que está ingresada en Villa Satalia, una elitista y algo tenebrosa “Casa de Reposo”. En Barcelona contactan con personajes como Gaudí, Jacinto Verdaguer o Isaac Peral y en Villa Satalia conocerán a Van Helsing, a Ana Ozores y al Doctor Niebla, el retorcido y maquiavélico director de la institución.

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Hace diez años escribí un relato titulado “Pequeña biografía de Xavier Bradomín, encantador de serpientes”. En él contaba cómo se puso en contacto conmigo doña Rosaura de Montenegro, tataranieta de don Juan Manuel de Montenegro y último eslabón de una estirpe prodigiosa, con el fin de que la ayudase a colocar en el mercado un manuscrito “inédito, fabuloso y esclarecedor”. Es bien conocido que la familia Montenegro estaba emparentada con la casa de Bradomín. También es bien sabido que el famoso marqués de Bradomín había dedicado los últimos años de su vida a escribir sus memorias y a intentar venderlas como si fuesen su esqueleto. Aquel mismo día, doña Rosaura de Montenegro me enseñó un grueso libro y separó de él 47 páginas para que las estudiase. El resto del libro, me dijo, lo leería cuando estuviese preparado para ello.

El análisis de aquellas 47 páginas desgajadas del gran libro de memorias inédito del marqués de Bradomín me permitió conocer algunos datos que dejé escapar en el susodicho relato y abrieron en mí todo un abanico de preguntas que todavía hoy me torturan: ¿Es posible que el divino marqués estuviese detrás del asesinato de Prim? ¿Que reconfortase con palabras de amor a la atormentada Emma Bovary? ¿Que fuese íntimo amigo de Edmond Dantès, lo que no le impediría haber seducido a la hermosa Mercedes? ¿Que apurase las últimas juergas junto al pantagruélico Alejandro Dumas? ¿Que inspirase satánica y perversamente a los hermanos Bécquer para escribir versos y pintar acuarelas pornográficas protagonizados por la reina Isabel II? Lo que había en aquellas 47 páginas no dejaban de ser datos portentosos pero inconexos extraídos de unos folios que me habían legado y que habían sido escogidos de manera discontinua y probablemente caprichosa. Es cierto que tiempo después leí una biografía sobre Gustave Flaubert perfectamente olvidable que, sin embargo, contenía un anexo goloso donde se daba cuenta de los proyectos inconclusos que había dejado el escritor francés, uno de los cuales llevaba el título de “Emma y Xavier”.

            No escondo que todo aquello quedó fantasmagóricamente puesto en entredicho cuando me volví a acercar al pazo de Lantañón y me lo encontré completamente abandonado. Nunca más supe de doña Rosaura de Montenegro. Me intentaron convencer de que había muerto muchos años atrás. No lo quise creer. Regresé al pazo de Lantañón más veces y vagué como un espectro por sus ruinas. En una de aquellas ocasiones, encontré casualmente un escondrijo situado en uno de los sótanos. Removí nerviosamente algunas piedras y topé con un viejo arcón. Dentro, encontré algunas piezas de orfebrería, vestidos viejos y un libro torpemente encuadernado. Cuando lo sostuve entre mis manos soñé con que fuese el mismo libro que me había enseñado doña Rosaura de Montenegro y del que había arrancado las 47 famosas páginas. No lo era (era mucho menos grueso) pero sí que podían ser otras páginas del mismo manuscrito. En esta ocasión 94, con idéntica caligrafía y felizmente todas seguidas. No hace falta decir que cuando vi que en ellas el marqués de Bradomín mezclaba su portentosa vida con la del señor Sherlock Holmes de Baker Street mi gozo no tuvo fin. Y mucho más cuando quedó confirmada otra de las historias que me habían volado la cabeza al leer las famosas 47 página, en concreto aquella que hacía referencia a la posible relación del divino marqués con Ana Ozores…

            Para terminar, debo confesar que aunque regresé otras veces a aquel paraje desolador nunca encontré nada más. He seguido frecuentando círculos literarios en los que no se para de especular con la idea de que, más allá de las memorias en forma de Sonatas que Valle-Inclán, agente literario del marqués de Bradomín, publicó en su día, existan unas memorias inéditas que esperan el momento para algún día ver la luz. No hace falta decir que cuando escucho esas teorías una sonrisa de oreja a oreja ilumina mi rostro. Sé, en fin, que cualquier día aparecerá el famoso libro. Quizá, tal y como me dijo doña Rosaura de Montenegro todavía no esté preparado para encontrarme con él. Mientras tanto es el momento de enseñar al mundo una parte pequeña de ese tesoro.

 

Ariel Conceiro

Berlai

2017

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